Relato de la exhaustiva búsqueda de mi corazón que quedó clavado en una muchacha II


Con la semana vinieron sueños de todo tipo, gatos, tiburones, tenedores, nada me daba una pista notable de lo que debía hacer para recuperar el músculo perdido.

Empecé pues a escribir y reflexionar sobre asuntos filosóficos, leí de metafísica, religión y economía al grado de no sólo haber creado el más perfecto sistema económico social sino que incluso logré mover la realidad a mi favor un par de veces.

El orden se metió en cada grieta, clasificando los libros por categorías, ordenando los colores por frecuencia y tránsito, los calcetines por primera vez se contaban de dos en dos y entre la corriente de aquel torrente positivista llegué al grado de querer clasificar de algún modo las cartas que alguna vez me escribieron las novias febriles de otro cuento; empecé separando cada carta por autor, luego por fecha y en caso de las epístolas sin tiempo fueron puestas por color según su frecuencia y tránsito. Si alguna vez alguien quisiera encontrar periodos y etapas en mi vida encontraría que éstas están marcadas por las novias de cada tiempo, cada una sostiene un ideal, cada una fue musa, cada una representa mi tiempo y mis intereses. Hasta el día que me encontré sin novia empecé a escribir una bitácora para no perderme en el confuso tránsito de los meses.

Satisfecho de culminar aquella osada empresa quise escribir un poco antes de acostarme. Me senté en la cama, tomé pluma, papel, después de divagar cerca de una hora escribí:

Ojalá te adorne

Y luche en tu nombre.

Desperté. Todavía se escuchaban las nubes, las montañas, el canto de los árboles. Acerqué mi mano al pecho vacuo, repetí “Ojalá te adorne”, entendí que el corazón no solo bombea sangre sino lágrimas.

Ya en el agua tuve la fuerza para pensar en el primer sueño que me decía algo, pues estar sumergido es estar sonámbulo, flotando sin suelo, volando, solo regresando por aire así como el alma regresa del sueño a la realidad para poder respirar. El sueño fue así: De escenario había muy poco, solo suelo y una pared muy alta, clavé mis ojos en la pared… después clavé mi lengua, mis pies, mis manos, mi tórax, mis oídos, mis pulmones, el estómago, el hígado, el cerebro, los testículos, las piernas, la cara, contelo todo, sobraba un clavo.

No había que ser genio para entenderlo, el corazón no está clavado en mi pared, por lo tanto está clavado en otro lado. Era tiempo pues de diseñar un plan para hacerme de un corazón.

Empecé con el plan “A” (pedir un trasplante). No fue difícil comprobar mi mal pues llevaba conmigo los estudios que me hice, sin embargo no conté con que existía una lista de espera y mínimo iba a tardar un año y medio un nuevo trozo de otra persona; no podía esperar tanto tiempo, si apenas habían pasado dos semanas y ya estaba yo frio.

Tuve que recurrir al plan “B” (Robar un corazón). Al principio me agobió la idea de cometer un despojo, no era justo que alguien contrajera mi enfermedad, ni que yo manchase mi honor con acción tan impía, aplacé el hurto para reflexionar mejor.

El siguiente día amaneció como todos, me vestí deprisa y me dispuse a nadar, ya en los vestidores cuando me ponía el bañador noté un aroma que días antes se avecinaba, olfatee el ambiente y cual sabueso encontré el origen del bálsamo molesto, era mi dedo gordo del pie derecho que además empezaba a tomar un matiz morado que pronto terminaría en negro.

Me estaba empezando a necrosar. Ese mismo día caminé acechando a cualquier victima potencial de plan “B” y cual depredador experimentado elegí a la primera presa, una joven delgada, serena, incapaz de robarle el corazón a cualquiera, así no notaría mi punto débil (Y con suerte tampoco notaría el mal olor de mi pie). Fue sencillo enredarla en mi red de palabras de labios húmedos, no obstante la sujeté con mis brazos, los ojos certeros, mordí su oreja suave para que su imaginación la desangrara, comencé a sentir su candor, su respiración sonora y… Eureka un pulso de venado, sus ojos quisieron encontrar los míos, antes que dijera cualquier cosa la hundí en un beso somnífero, luego, le arranqué el corazón; no la quise dejar así pero cómo explicarle. Salí corriendo con el botín palpitante, lo envolví en mis ropas para no dejar un rastro sangriento. Pensaba en el mal que le había hecho pero yo no podía seguir así… encontré un callejón obscuro y vacío, desenvolví el corazón, era tierno, cadenciado, algo rosa, no se parecía al mío.

Encontré decepcionado otro obstáculo, el órgano que debía robar debía parecerse al mío.

Con el tiempo había arrancado corazones suficientes como para encontrar la relación con su portador: Las mujeres extrovertidas y sin chiste tenían corazones ligeros de fácil grabado, las mujeres tímidas cargaban con corazones duros pero de acceso rápido, las mujeres confundidas y ocupadas tenían corazones polvorientos con recuerdos bloqueando arterias, mujeres con corazones fríos, deshechos, grandes, pequeños, azules y muchas sin corazón.

Era peligroso que usara un corazón cualquiera. La primera vez que inserté un corazón ajeno pasé una semana llorando en el baño por cualquier cosa; En otra ocasión una fiebre de amor me mantuvo en cama casi un mes, sin embargo la vez peor fue aquella que sin darme cuenta usé un corazón sincopado, con hoyos y laceraciones por las cuales la sangre corría en una hemorragia de pasión ajena.

“Extraño mi corazón”.

Sentado en la media noche, que con su “oleaje turbio” me invitó a recordar: Solía ser muchas cosas, soldado, maestro, cómplice, cronista sin reloj ni calendario y ahora soy sólo cuerpo, manos, sudor.

Aquella noche no conciliaba el sueño, me agobiaba la idea de no encontrar un objetivo después de tanto tiempo, doscientos diez días ligero, sin motivo. Rondaba una cara del cubo en el que dormía, pobre tiempo, maldito cumpleaños. Todo y nada. Nunca y tal vez. Bruja o hada. Dime quién es.


No hay comentarios:

Publicar un comentario